Vivir en una zona sísmica: la mochila que nunca querrás usar

Todas las casas tienen una mochila preparada al lado de la puerta por si hay que salir corriendo. Bolsa con artículos de emergencia, por lo que pueda ser. Agua, linterna, pilas, comida no perecedera… lo típico para sobrevivir un par de días si la cosa se pone fea.

Y no es exageración, aquí saben que la tierra puede temblar en cualquier momento, y mejor estar preparados.

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Las famosas “eses”: ¿zona segura o ilusión?

Por toda la ciudad hay indicaciones de dónde colocarse en caso de terremoto… debes buscar una «ese» de estas y colocarte allí. En teoría, aquello es zona segura. Pero, ¿y si la tierra se abre justo por la “ese”? No lo acabo de ver claro, yo lo de las “eses”. Aunque, bueno, supongo que es mejor que nada.

Aquí la gente está acostumbrada, pero yo todavía me quedo mirando las señales como si fueran jeroglíficos. ¿Y si me equivoco de “ese”? ¿Y si me pongo en la “ese” equivocada y resulta que no es tan segura? Demasiadas preguntas para alguien que viene de un lugar donde un temblor de 2.8º es noticia de primera plana.



Vivir en una zona sísmica: terremotos que no son noticia

Solo dos terremotos en 15 días, pero no me he dado cuenta de ninguno. Uno de 4º y otro de 5 y poco, nada que destacar.

Aquí en las noticias, con un breve lo apañan. Recuerdo uno de 2.8º en Sant Iscle que salió en primera plana en el telediario de TV3.

Aquí, ni se inmutan. «Ah, otro temblorcito», dicen, y siguen con su día. Yo, mientras tanto, me pregunto si debería empezar a llevar mi propia mochila de emergencia. Por si acaso.

Recuerdo uno de 2.8º en St Iscle que salió en primera plana en el telediario de TV3.

La cultura del terremoto: simulacros y grietas que dan miedo

Lo que más me sorprende es lo normalizado que está todo esto. En el colegio, los niños hacen simulacros de terremotos como si fueran ejercicios de matemáticas. «Niños, hoy toca terremoto», y todos saben exactamente qué hacer.

Vivir en una zona sísmica

Yo, en cambio, todavía estoy aprendiendo. ¿Debajo de la mesa? ¿En el marco de la puerta? ¿O en la famosa “ese”? Cada vez que tiembla (o creo que tiembla), me quedo paralizado, como si mi cuerpo decidiera que la mejor opción es no moverse. No sé si es instinto o puro pánico.

Y luego está el tema de los edificios

Aquí todo está construido pensando en los terremotos. Edificios bajos, estructuras flexibles, materiales que se mueven, pero no se caen. Aunque, claro, siempre hay excepciones.

El otro día pasé por un edificio que tenía unas grietas que daban miedo. Le pregunté a un local: «¿Y eso? ¿No es peligroso?». Me miró como si yo fuera un marciano y me dijo: «Bah, eso lleva así años. Si no se ha caído con los terremotos gordos, no se caerá con uno pequeño». Y siguió caminando como si nada. Vivir en una zona sísmica

Yo, mientras tanto, me alejé rápidamente de la zona, por si acaso.

Vivir en una zona sísmica: mi mochila y yo contra el mundo

Volviendo a las mochilas, me parece fascinante lo preparados que están todos. En mi casa, la mochila está ahí, al lado de la puerta, como un recordatorio constante de que la tierra puede moverse en cualquier momento. Vivir en una zona sísmica

A veces la miro y pienso: «¿De verdad necesito todo esto?». Y luego recuerdo que, aquí, más vale prevenir que lamentar. Aunque, sinceramente, espero no tener que usarla nunca. Pero si llega el momento, al menos sé que estoy (más o menos) preparado.

Vivir en una zona sísmica: las historias de la gente

Lo que más me llama la atención es cómo la gente aquí vive con tanta naturalidad, algo que, para mí, es completamente nuevo.

En el mercado, en el parque, en el trabajo… todos tienen una historia que contar sobre «el último terremoto gordo». Y lo cuentan con una mezcla de orgullo y resignación, como si fuera un rito de paso. «Ah, tú no has vivido un terremoto de verdad hasta que no has visto cómo se mueven las paredes», me dijo un señor el otro día. Yo, por si acaso, prefiero quedarme con los temblorcitos de 4º.

Y tú, ¿te has acostumbrado ya?

Es la pregunta que más me hacen. Y la verdad es que no sé qué responder. Por un lado, ya no me asusto tanto cuando tiembla (bueno, solo un poco). Por otro, todavía me quedó mirando las “eses” como si fueran la clave de un misterio. Pero supongo que, con el tiempo, todo esto será tan normal como llevar la mochila de emergencia al lado de la puerta. O eso espero.

La vida en una zona sísmica tiene sus peculiaridades. Las “eses”, las mochilas, los simulacros… todo forma parte del día a día. Y aunque al principio puede resultar abrumador, poco a poco te acostumbras. O eso me dicen.

De momento, yo sigo en fase de adaptación, con mi mochila lista y mis dudas sobre las “eses”. Pero, bueno, si la tierra tiembla, al menos sabré que no soy el único que está un poco perdido.

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